Dos hombres esperan junto a un columpio la llegada de Samuel para celebrar una fiesta. Para vencer al aburrimiento, inventan juegos, imaginan. Aparece el Señor Profesor, les da la lección y se marcha. Los dos hombres establecen una relación de fraternidad: se quieren y se detestan, se pelean y se cuidan, pero, por encima de todo, se necesitan irremediablemente para mantener la esperanza y la alegría en esa espera indefinida.
¿Cuándo viene Samuel? es la última creación de la premiada Ultramarinos de Lucas y supone un audaz cambio de registro para la formación, algo a lo que nos tiene ya habituados esta versátil compañía entre producción y producción. En esta ocasión, plantea un juego de gran calidad actoral entre tres intérpretes que bordan sus papeles. La propuesta revisita con una mirada insólita Esperando a Godot, obra cumbre de Samuel Becket, tomando ese hastío omnipresente en el texto y acercándolo a la infancia y su peculiar percepción del paso del tiempo y del aburrimiento. Como en la obra de Becket, hay un rayo de esperanza, en este caso la llegada de Samuel. Entre tanto, el juego y la imaginación, esos recursos básicos en la infancia, se convierten en los verdaderos protagonistas de esta obra. También hay un lugar para la educación y lo establecido: como no podía ser de otro modo, el antagonista de estos dos personajes que esperan jugando es el Señor Profesor, una figura con la que los creadores dan rienda suelta al absurdo y al humor disparatado dentro de la función.
En una sociedad en la que el entretenimiento parece haberse convertido en un valor esencial y prioritario, ¿Cuándo viene Samuel? es una delicia escénica que reivindica el aburrimiento como la puerta necesaria que lleva a la creación de mundos. Por medio de la imaginación, los personajes vencen al aburrimiento. Esta obra es una fiesta permanente en espera de la celebración de otra fiesta, la prometida por Samuel.
“La compañía hace un despliegue de ingenio en la mixtura de lenguajes –gestual, plástico, textual…– para generar, con eficacia, sencillez y talento, algunos momentos de extraordinaria ternura, sin caer nunca en la sensiblería, y otros de una comicidad surrealista que serían dignos del propio Beckett”.
Raúl Losánez, La Razón